lunes, 18 de noviembre de 2019

Un paraguas rojo de cuadros

Antaño me gustaba leer en los cafés; novelas, periódicos, ensayos... También me encantaba escribir poesía, especialmente en días como hoy, de ligera lluvia y mucho frío. 

De un tiempo a esta parte, sin embargo, disfruto este espacio observando a mi alrededor.

Estaba de gris la tarde y de capota vestidas las nubes, con aire de nieve. El café estaba rebosante de gente. Sentada enfrente mía una madre, con tres niños. El mayor hablaba fuerte, con la fuerza del niño feliz que sabe que crece y que tiene, esperándole, todo el horizonte. A su lado, otro niño de sonrisa callada, dulce, observando como yo, y con chirivías de magia en la mirada. En el regazo de la madre, sentada una niña. Apenas un año, despierta, inquieta, bella, fuerte y salvaje. La madre tenía el porte cansado, pero le brillaban los ojos. Con el pelo revuelto de hacer muchas cosas y la serenidad de su faz por maquillaje

Les observo. 

Cada vez más gente en el café. Al no encontrar mesas libres, algunas personas se van apelotonando en torno a las que estamos ya sentadas. Y entonces, una mujer, elegante, madura, de apenas 50 años, pasa entre las mesas chocando muy fuerte a la pequeña, que llora. Su madre se da la vuelta asustada.

-Señora, tenga cuidado. La ha dado a mi niña.
-Yo no he hecho nada.
-Pero señora, si me ha golpeado a mi también.
-¡Yo no he hecho nada!

Mirábamos la escena callados todos en la sala. La madre estaba petrificada, con el rubor de la indignación subiéndole desde las entrañas. Con el rabillo del ojo dudaba si ver a sus otros hijos, contestar a la malcriada, o quedarse como estaba.

-¡Mentirosa! ¡Tu has querido golpearme con el codo para no dejarme pasar!. ¡Yo no he hecho nada!¡nada!.¡mentirosa!.

Observábamos la escena inquietos, conscientes de que la mujer estaba avasallando a la pobre madre, en su quizás único café de la semana. En vete tu a saber qué celebración inocente, o en qué cotidianidad mancillada. Pero nadie dijo una palabra. Aun gritó un par de veces más la mujer antes de irse. La madre veíamos todos que estaba azorada. Pidió la cuenta, abrigó a sus niños rápidamente y se dispuso a marcharse. El mediano protestaba que no quería irse. Salían ya por la puerta (que nadie se acercó a abrirles) cuando un anciano llamó al niño.

- ¡Chaval! ¿Es tuyo el paraguas rojo de cuadros?
- si...

Y, acercándose, le entregó el paraguas a la par que, en un gesto casi inaudible, le acariciaba el cabello. Asomó una sonrisa en la madre...

Me hubiese gustado acabar mi café escribiendo acerca de alguna leyenda. Pero este era un café más triste y fue un paraguas rojo quien se llevó el pequeño atisbo de humanidad de la tarde, en un lugar que no era nada ni había motivos ni dramas para nadie... Me quedo pensando que hay pequeñas infamias escondidas en los gestos más sencillos (esos que pudimos hacer), en aquello que callamos y en lo que pudimos tomar parte...



¿Y tú? ¿tomas parte en las pequeñas batallas?

¿Lees, hablas, escribes u observas en los cafés?



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